
Cuando se desploma un techo… y con él, la dignidad
Hace unos días, Alcalá de Guadaíra se paralizó. El silencio que siguió al estruendo del derrumbe en la Casa Ibarra fue más fuerte que cualquier discurso. Dos operarios perdieron la vida bajo los escombros de un techo que se vino abajo mientras trabajaban. Un tercero logró escapar por muy poco. Y con ellos se derrumbó también algo más: la confianza en que las cosas se están haciendo bien.
Desde entonces, la empresa adjudicataria está siendo investigada por no cumplir con las condiciones de seguridad ni con los requisitos legales exigidos en cualquier obra pública. Y una no puede evitar preguntarse:
¿Dónde estaba la supervisión?
¿No se revisan los pliegos?
¿No hay visitas técnicas periódicas que velen por la seguridad de quienes ponen el cuerpo?
Porque si —como parece— era evidente que allí no se trabajaba en condiciones dignas ni seguras, eso debería haber sido motivo más que suficiente para retirar la adjudicación, paralizar los trabajos y evitar una tragedia.
Tres días de luto. Tres.
Un día y medio por cada vida.
¿Es eso todo lo que valen?
¿De verdad creemos que el gesto institucional basta para tapar la vergüenza de un sistema que mira para otro lado mientras los obreros trabajan jugándose la vida? ¿No merecen algo más que una bandera a media asta?
Aquellos hombres estaban allí dejando su piel para recuperar un edificio emblemático, para devolvernos algo bello, algo de lo que disfrutar como pueblo. Pero su entrega no encontró el respaldo de quienes debían garantizarles condiciones dignas.
Y me duele pensar que, como sociedad, no valoramos lo suficiente la vida humana, ni exigimos con la firmeza debida a quienes ostentan el poder porque nosotros los pusimos ahí.
No les debemos nada. No les debemos sumisión. Son servidores públicos. Están donde están porque les votamos y les pagamos. Y lo mínimo que debemos exigirles es que protejan la vida de cada persona que trabaja para que Alcalá crezca y avance.
Lo mínimo.
Y lo mínimo también sería rendir un verdadero homenaje a quienes ya no están. Porque la mayor pérdida es de sus familias, pero existe una pérdida del pueblo entero, la de la Confianza.
María del Águila Pérez