Opinión

Cómplices necesarios

 

Cómplices necesarios

 

Hay veces que escribir a mi manera no basta para explicar lo que quiero decir. Como entenderán, no somos de los que miran hacia otro lado. Y eso ocurre porque, cuando se tiene conciencia de clase, se tiene. No se elige.

La conciencia de clase es algo a lo que la izquierda está muy acostumbrada a nombrar, no en vano, e históricamente, le toca de lleno. Pero no es una categoría excluyente: todo el que trabaja —sindicado o no, de izquierdas o no— es hermano del que trabaja. Así de sencillo.

Y el trabajo es todo: desde quien teclea como yo, hasta quien conduce un camión o levanta paredes. Desde quien dice misa los domingos, hasta quien lleva adelante su empresa y cuida de sus trabajadores.

Alguien me recordó recientemente un hecho ocurrido en 2001: una cubierta en el Complejo Ideal. Ayer como hoy, los días se suceden, pero los hechos quedan. En nuestro recuerdo están aquellas familias… y éstas.

Porque lo único realmente excluyente es mirar hacia otro lado. En muchas ocasiones, además, mirar hacia otro lado no es solo excluirse: es ser responsable. Y por lo tanto, potencialmente, un delito.

Hoy he desempolvado mis viejos apuntes de Derecho Penal. Decía mi profesor, Polaino Navarrete, que el delito es una acción o inacción antijurídica, típica, penable y punible. Pero él insistía especialmente en la inacción: por sutil, por sibilina. Por ser, en muchos casos, la más grave.

Porque el simple hecho de no denunciar o no querer saber puede convertir a cualquiera en cómplice necesario de un delito, y hacerlo merecedor de la misma pena que el ejecutor. El que calla no siempre otorga, pero muchas veces acompaña.

Esa acción o inacción debe ser, primero, antijurídica. Aquí es donde entra la moral colectiva: debe ser algo rechazado por la sociedad. Aunque, en realidad, basta con que alguien crea que es delito para que la maquinaria jurídica tenga que valorar si procede investigarlo. De ese punto —entre la convicción subjetiva y la valoración objetiva— es de donde periodistas y políticos hacemos sangre. Siguiendo líneas editoriales, órdenes de partido o intereses, repetimos mantras y consignas, olvidando el interés general, y olvidándonos de las familias.

A veces pasa que cuando alguien paga, la prensa calla. Por suerte, aún queda prensa libre.

La tipicidad exige que la ley contemple que esa acción o inacción haya alterado el equilibrio de las cosas. Algo debe estar escrito, negro sobre blanco, para que se pueda revisar. La ley no es lo que se comenta en el bar: es lo que dice el articulado. Por eso abogados y fiscales buscan lo que más conviene a sus intereses, y los jueces resuelven en función de las pruebas.

Y, aunque suene extraño, debe ser así. Nuestro Derecho Penal no busca erradicar el delito. Sería imposible: el delito es humano. Tampoco está orientado a prevenirlo. Por mucho que los políticos vendan humo y los periodistas lo repitamos, el delito es imprevisible.

En estos días escucharemos muchas cosas. Técnicos, concejales, empresas y hasta la alcaldesa tendrán que explicarse. Habrá un mar de explicaciones. Años de explicaciones. Pero lo que usted no va a escuchar es algo tan simple como:

“ Lo siento, me he equivocado, pido perdón .”

Usted y yo, dentro de algunos años, oiremos la sentencia, que nunca será justa, porque afortunadamente la emiten personas, comentaremos el hecho vagamente en un bar y lo olvidaremos. Y así, sin pena ni gloria, seremos cómplices necesarios. Aunque, en nuestro caso, ni penable ni punible.

Fernando Viera.

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Fernando Viera

Si no fuera yo, sería el que pone agua en el Congreso de los Diputados. Escribo porque si no, reviento, y una vez estuve en un gimnasio. Creo que en invierno hace frío y en verano calor, soy un negacionista.

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