20 de Noviembre de 1976 y un 600 rojo.

20 de Noviembre de 1976 y un 600 rojo.
El SEAT 600 de color granate con matrícula de Valladolid, avanzaba lento, muy lento, lentito, ya habíamos dado todas la vueltas que se le podían dar al Madrid del centro en un día de frío como este, dos vueltas más, y mi padre ya había perdido los nervios, maldecía para sus adentros el primer día que puso sus pies en la capital, dejando atrás su Ceuta natal.
No le culpo, en los coches de antes, podían entrar hasta 10 personas, y en este ese día concretamente, iban mi madre y mi abuela detrás con mi hermana Paloma y yo en lo alto de sus piernas, las de mi mamá, (los coches de antes no tenían cinturones de seguridad pero tenían piernas de mamá), mi padre al volante y mi tío, total seis en un coche, todos gritando, no paraban de hablar de Franco, del PCE, del PSOE, de Isidoro, de la autonomía, de Marcelino Camacho, de la amnistía de ETA y de un montón de cosas más, …yo no paraba de preguntar «cuando vamos a llegar» …y mi hermana lloraba porque era la hora de su bibi…… en definitiva, el Armagedón, el caos bíblico por excelencia reducido al angosto cubículo de nuestro «Puchirrito Botitá» (si, los coches antes tenían nombre).
Mi abuela Clotilde, volvió a decir su retahila diaria de:- «¡Que delgado está este niño!» y agregaba mirándome a los ojos, cantarina y alegre siempre:- «¡Que lastimitaaa!», me quería mucho mi abuela,(los coches de antes, no sólo tenían nombre, también tenían abuela incorporada).
Varados en la calle nuestro coche no podía avanzar la gente se agolpaba a ambos lados de la avenida al grito de ¡FRANCO PRESENTE! veían pasar por la Gran Vía madrileña el post cortejo fúnebre que celebraba, para algunos y recordaba para otros, el adiós definitivo de nuestro Jefe del Estado.
Vehículos todo terreno, brazos en alto, el Cara al Sol, y otros grandes éxitos fascistas inundaban el ambiente jocoso-festivo de las calles aledañas. En una de ellas estábamos, Calle Miguel Moya, la mayor concentración de fascistas por metro cuadrado de todo Madrid, la intención de mi padre, cruzar la Gran Vía, pasar a la Plaza de Callao, callejear por detrás hasta Caballero de Gracia 22, soltarnos allí y tomarse un vino, todo ello atravesando la turbamulta, parando el tráfico de vehículos con banderas y el desfile de los chicos de la OJE (Organización Juvenil Española)….. casi ná.
Mi padre salió del coche y se dirigió a los policías que vigilaban a ambos lados de la estrecha calle… les dijo que llevábamos una hora dentro del coche, que teníamos que cruzar la Gran Vía, que era compañero retirado y que por favor, que viva España y que etc…. etc….. El agente le miró con cara de «tú tienes dos cojones como las bolas de los leones de Las Cortes».
Dicho y hecho, avanzamos hacia la gente y los policías empezaron a apartar a las personas que allí estaban. A alguno de los apartados no le hizo mucha gracia, y empezaron a insultarnos (según ellos, ser ROJO era un insulto), el insulto se torno en palmadas en el coche, golpes y gente gritando ROJO, ROJO, ROJO, mi padre no daba crédito, agachamos las cabezas pensando que romperían los cristales de un momento a otro, aquellos animales no miraron los niños, no miraron las mujeres asustadas, no miraron los hombres que conducían, sólo miraron el color de aquel cochecito que poco a poco cruzaba la Gran Vía madrileña, parando el tráfico y alcanzando pasito a pasito la tan deseada plaza de Callao, triunfante. Mi padre nos miró, también triunfante, mientras encendía un Ducados.
Los gritos de FRANCO, FRANCO, se mezclaron con los de ROJO, ROJO, y por un momento en el Madrid preconstitucional, con un Caudillo de cuerpo sepulto y calentito aún, se pudo escuchar un coro de insensatos diciendo FRANCO….ROJO…..FRANCO…..ROJO……
Fernando Viera




