CARTA ABIERTA.
“Me operaron tras dos infartos y sentí vergüenza ajena por lo que he vivido y el trato recibido”.
A/A.: Sra Dª Catalina García Carrasco, Consejera de Salud y Consumo de la Junta de Andalucía; decanos, profesores, y periodistas
Estimada consejera:
Me dirijo a usted, y al resto, porque hace unos días me intervinieron en el Hospital Macarena, tras haber sufrido dos infartos, con una diferencia entre ambos de dos días. Los cardiólogos lo dieron todo, y sigo viva. Pero mi corazón no está para fiestas después de 15 años con fentanilo en rescates.
Y por eso les escribo a todos ustedes: por las pocas ganas de fiestas que me quedan; o, mejor dicho, y en versión andaluza, ya no estoy para cachondeos.
Les cuento lo que me ocurrió durante la intervención pasada a la que me refería, pero cada vez esto ocurre en más departamentos, de todas, y digo bien: todas las Universidades del «reino».
Les cuento que sentí vergüenza ajena del coro «rociero» que se oía de fondo, entre risas alternadas entre varones y hembras (¿se puede decir hembra cuando la actitud era la de un ritual de apareamiento?).
Supuse que ese jaleo serían los alumnos. Y volví a avergonzarme. Verán: yo procedo de la montaña de Riaño, en León. Allí hay una tremenda necesidad de mecánicos especializados en maquinaria agrícola, hacen falta camareras y camareros todo el año, porque en invierno, por nieve. En verano, por Naturaleza. Necesitamos forestales, jóvenes decididos a vivir del ganado de cuatro patas, o de hacer del turismo rural su modo de vida.
Les aseguro que no lo digo por ofender, sino para que orienten a su alumnado. Y, más aún, cuando se quejan de los salarios en la Sanidad Pública como funcionarios. Y, vale, de eso échenle la culpa a House y a series así. Pero muchos de sus alumnos lloriquean amargamente por tener que marchar a los Estados Unidos para forrarse, olvidando lo que de verdad lloraron sus abuelos al trancar sus puertas, emigrando a una Alemania que les despreciaba, y de la que desconocían hasta el idioma.
Tengo muy claro que nuestros médicos merecen mejores condiciones económicas, pero ustedes, los médicos, son incapaces de ponerse de acuerdo hasta en eso. El respeto hay que ganárselo, señores. Dejen de ponerse verdes sobre nuestras camillas, por favor. Después no se compadezcan.
El relato de la intervención no es que empezara en cachondeo alumneril y pasase a un estado zen de concentración; no, señores. Duró todo el tiempo.
Verán de nuevo (y siento repetirlo, pero es que no se imaginan cómo echo de menos ver): tengo alopecia areata universal severa. Llevaba mi gorro para evitar el frió del quirófano, o como lo llamen ahora; también uso esa prenda como bolsillo; y es que ahí guardaba mi lector del sensor de glucemia (no me dejaban llevar teléfono), y una nota deseándome suerte de la TECAE Toñi Sousa. No saben lo que se agradece la amabilidad cuando uno está enfermo de verdad.
Me quité la gorra para sacar esa nota y apretarla fuerte con mi mano, y el coro empezó a comentar mi alopecia como si yo fuera una mona de circo. Intenté girar la cabeza por ver si era capaz de ver alguna de esas estúpidas futuras lo que sea, olvidando que no veo. Pero un profesor me dijo que no me moviera.
Ya sé que están hartos de oír eso de «si fuera su madre la del quirófano», pero no les voy a tratar tan mal.
Mi yerno hizo FP. Gana poco menos que un médico, y le sobra la dignidad que les falta a muchos de sus alumnos. Háganles un favor. Por más que se cachondee DoctorWader (@doctorshito) de la vocación, no me vengan con tonterias de Humaniza y esas bobadas. ¿A un ebanista le dirían barniza la madera? A un Ángel Cristo,¿leoniza tus leones?
Pues eso.
Recen. A sus dioses, o a la Fuerza, para que cuando sean ustedes mayorcitos, y estén en esos quirófanos, no les entren náuseas oyendo a las nuevas camadas, y dejándose hacer, mientras tanto, por los de los coros de ahora, y olé.
Atte.
Beatriz González.
Presidenta de la Asociación de Trasplantados de Páncreas de Andalucía