
Burocracia y cariño
La alcaldesa tiene razón.
Llevamos años pidiendo que la política se haga con el corazón, y cuando alguien gobierna con amor verdadero, la gente se escandaliza.
Los politicos deben de estar bien atendidos en todas, TODAS, sus necesidades, que si lo pasan mal ellos, nosotros que somos unos mierdecillas, ya me dirán.
Sesenta contratos. Sesenta. Uno por cada beso de compromiso con la causa pública. Con lo que me gusta un 69, se han quedado en un casi.
¿Acaso alguien piensa que gestionar una ciudad no requiere pasión, confianza y una relación estable con la administración?
La alcaldesa delega en quien más confía. ¿Qué hay más progresista que redistribuir el presupuesto entre quienes comparten cepillo de dientes contigo?
Eso sí que es economía circular.
Los críticos hablan de favoritismo, pero qué sabrán ellos del romanticismo administrativo.
Firmar un contrato no es corrupción, es compromiso. Y si el adjudicatario es tu pareja, doble compromiso: con la gestión y con el amor.
Sesenta contratos suenan a exceso para quien no entiende la burocracia del cariño. Son simples gestos de ternura certificados por el departamento de contratación. Porque, seamos sinceros, ¿quién no ha querido alguna vez que su relación aparezca en el BOE?
La alcaldesa tiene razón: la meritocracia está sobrevalorada. Ella lo sabe bien, todavía no he leído su trabajo de fin de master.
El verdadero mérito es sobrevivir a un pleno, a la oposición y a una cena de pareja sin levantar sospechas.
Así que menos críticas y más comprensión. Alcalá de Guadaíra no es un ayuntamiento, es una historia de amor con sello oficial. Y si algún día la relación se acaba, tranquilos: el próximo contrato será para el de la terapia de pareja.
Que esperemos que sea de Alcalá, que no esté a 17 km y que la gente lo vea con buenos ojos.
Fernando Viera.