Opinión

Por bulerías

Tenemos, los que nos dedicamos a llevar y traer, la manía —como los almendros— de adelantarnos a contar cosas de oídas. Nos llaman periodistas.

 

Por bulerías

 

Tenemos, los que nos dedicamos a llevar y traer, la manía —como los almendros— de adelantarnos a contar cosas de oídas. Nos llaman periodistas.

Bueno, a mí me dicen periodista. Yo sé que no lo soy. Lo que tengo son trazas de alcahueta con cierto arte para escribir medianamente bien. Con tener pocas faltas de “hortografía, bale”: con eso puedes ir al cielo, e incluso hacer creer a la gente que eres tan bueno escribiendo, que deben pagar por leerte.

Yo soy un intruso. Todo lo más, una Celestina de la información. Mi editor me consiente porque le he caído en gracia. También he presentado dos novelas al Premio Planeta. Obviamente, eso te convierte de facto en escritor —aunque no te lea ni el tato—, pero no en periodista.

Un periodista pregunta a las fuentes y no se deja llevar por un impulso vacuo de tocar el cuerno. Yo, por ejemplo, me puedo dejar llevar por el impulso vacuo de contar tonterías. Porque no soy periodista. A lo más que llego es a cabrón asintomático, bien lo saben ustedes.

Bueno, mi columna es de opinión. Mi editor la suele poner para que ustedes tengan un rato de relax el sábado por la mañana, en el baño, sentaditos y concentrados. Ustedes hacen sus cosas, y yo los entretengo unos minutos con mis tonterías. No más de dos páginas: el equivalente a dos o tres minutos de su atención, que para mí es oro puro y les agradezco infinito.

Y mi opinión, aunque no le interesa a nadie, es gratis. Regalo de la casa. Porque la verdad es gratis… y sale muy cara.

Hoy les voy a dar una lección de política. Sí, hoy me atrevo. Y usted se preguntará: ¿quién coño eres tú?

Pues para responder esa pregunta he de remontarme a mis tiempos de juventud, en los que un buen amigo —que ahora es alto cargo de CC.OO.— me dijo que la política eran matemáticas.

Y fue como sigue: imaginen, años 90. Mi amigo el de CC.OO., unos cuantos amigos más, dos litronas, un par de trujas que nos fumábamos entre seis, una bolsa de chochitos y otra de aceitunas con hueso —que eran más baratas—.

Todos sentados en la Pila del Pato, pasando completamente de ir a la clase de Filosofía del Instituto Velázquez. Invierno, y con un frío de cojones.

Y me dice así:

—A ver, Canijo: yo tengo en una mano cinco dedos, y en la otra, un dedo. ¿Cuál es la mano que va a agarrar la litrona? Cinco es más que uno, ¿no? Pues eso es la política: el que más tiene, más agarra.

Tal cual. A tomar por culo Marx, Engels, Sócrates y Platón.

Claro que… pensándolo bien, y ya que en la otra mano solo tengo un dedo, bien podría metérselo en el ojo, a ver si me quedo con la litrona.

En ese momento nació el periodismo como arma digital. Y los voceros que se dicen periodistas. Las alcahuetas y alcahuetes. Y yo, que soy el cabrón asintomático.

Tiene este pueblo con ínfulas de ciudad dos males que hay que ir corrigiendo, si queremos ser algo más. En primer lugar, debemos erradicar la endogamia, porque aquí todo el mundo tiene un amigo, un primo, un cuñado o alguien al que le debe una dita y al que no quiere ofender más de la cuenta.

En segundo lugar, no estaría de más que dejáramos de ver Alcalá de Guadaíra a través de Facebook.

No tengo nada en contra de Mark Zuckerberg, bien lo sabe Dios. Pero él parece que tiene una cruzada contra la verdad y la realidad.

Y en cuanto a las bulerías:

Entre bulo y bulería,
ya no sabe el personal
ni qué cosa es tontería.

Que ustedes lo aprieten bien.

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Fernando Viera

Si no fuera yo, sería el que pone agua en el Congreso de los Diputados. Escribo porque si no, reviento, y una vez estuve en un gimnasio. Creo que en invierno hace frío y en verano calor, soy un negacionista.

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