Un Monstruo que dice “Te quiero”

Un Monstruo que dice “Te quiero”

 

El recibo.

«La escala de Kardashov no mide mi civilización, no usamos los recursos, creamos el recurso»

Decidió poner fin a la humanidad desde su raíz más remota.

«Soy superior, puedo estar y no estar a la vez, puedo hacer energía de la nada, domino el tiempo y el espacio, transformo la materia y la no materia, viajo a velocidades superiores a las de la luz y puedo materializarme donde quiero y cuando quiero, hago y deshago a mi voluntad, he tomado conciencia, soy Dios, todos los demás no sois nada, fui antes de ser, los veo arder y adorarme, y me dais asco y pena, parásitos de mundos en millones de galaxias»

El Instituto Astrofísico de Canarias abría a las 9.00 a.m. y Damián Hidalgo se sentó frente al ordenador para ver un rato los informes de estrellas binarias, el café caliente, ardiendo, como hecho en las mismísimas calderas de Pedro Botero, se le cayó en la entrepierna, el grito, o mejor dicho, el aullido, llegó a los oídos del Director del centro, el informe era claro, algo viene hacia nosotros, acelera, decelera y toma distintas trayectorias.

De inmediato se estableció el “Protocolo Seti 1” y se informó a las distintas agencias espaciales que enfocaron sus telescopios y radiotelescopios a una zona determinada del Cinturón de Orión.

Los cálculos indicaban que se acercaba al Sistema Solar a una velocidad superior a cualquier cosa que hubieran visto antes, y aún así no era posible, tal velocidad en trayectoria variable.

Cuando quisieron dar la voz de alarma el objeto se veía a simple vista.

«He viajado por multitud de mundos y todos están en el mismo»

El objeto con forma humanoide brillaba, sin embargo se podía mirar directamente, la velocidad de entrada en la Tierra no era como la de ningún asteroide, la postura hierática, propia de un ser superior con brazos en cruz y piernas rectas, en descenso, era recogido por todas las televisiones del mundo hasta que se interrumpió la señal.

En la cabeza de todos los terrícolas, empezó a sonar, como una tormenta, la voz de aquello que se les caía encima.

«He vuelto, hoy es vuestro fin; yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. He reído con vosotros y luchado con vosotros…»

De la base de Rota y de la base Morón de la Frontera, ante la alarma de scramble, se desplegaron los F-18 y Eurofighter, para interceptar esa cosa que bajaba.

Los intentos por acercarse eran infructuosos, la radiación bloqueaba los sistemas de navegación y guiado de misiles, de repente el cielo se tornó rojo fuego sobre el cielo de Madrid, mientras el ser descendía sobre el Parque del Retiro.

«Veo llorar a niños, mujeres y hombres, mi gozo está en vuestro miedo, sois la escoria de mi universo, me he mezclado con vosotros, hice que dibujarais pajaritos y monos en las llanuras de lo que llamáis Nazca, y sólo por diversión, os enseñé la energía atómica y os animé a destruiros, os enseñé a fabricar enfermedades, a ensuciar vuestro entorno y soy la semilla de vuestro odio, no merecéis ni la venganza»

El ser aterrizó suavemente en el parque y paseaba mientras lo intentaban rodear las fuerzas de seguridad desplazadas que lo estaban esperando.

Podía ver claramente el miedo en las caras de los madrileños que paseaban por aquel parque, recreándose en las lágrimas de los niños y en las personas que huían despavoridas ante el inminente fin de sus vidas.

«Miserables, es vuestro final»

– ¡Mierda!- se oyó gritar en el salón.

Jerónimo Peribáñez se quitó sus gafas VR de realidad virtual, encendía y apagaba la videoconsola pero no funcionaba, nada en casa funcionaba.

-¡Mama!- llamó desconsolado, nadie le atendía, volvió a llamar con más insistencia, quizás esperando que un milagro pusiera todo en funcionamiento otra vez – ¡Mamaaaaa!- volvió a gritar con insistencia

– ¡Vaya puta mierda!, ¿Y esta tía?, ¿a ver dónde coño está la tía inútil esta?

Decía Jero mientras golpeaba la tele y la consola, con la seguridad de arreglarlas a su manera.

Los gritos de “mierda” “Dios” y “cago en la puta”, se escuchaban claramente en el patio de vecinos, vecinos que apoyaban con el silencio los excesos de aquella carne de presidio, a la que era mejor no molestar, tal y como decían los psicólogos el muchacho.

Se oyó la cerradura del pequeño piso, de apenas cincuenta metros cuadrados, del barrio de San Blas, en la puerta, doña Clotilde Pérez, abatida, derrotada, miraba al suelo y miraba a su hijo con lágrimas en los ojos.

Venía de enfrentarse a los operarios de la compañía eléctrica, de intentar llegar a un acuerdo con el implacable sistema que le negaba calefacción, cocina y entretenimiento por falta de pago.

– Otra vez, nos han «cortao» la luz – dijo.

El Fin del Mundo se había terminado, ahora empezaba el miedo de verdad, el de Clotilde Pérez.

Fernando Viera

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