Nuestro Fernando Viera nos regala esta lectura para Navidad.

Deseamos que os guste.


Prá
xedes

Llevaban una semana sentados mirándose las caras, faltaba uno para a partida, uno que no iba a venir más.

El café, la copa, y las caras, mirándose los unos a los otros, con uno de esos silencios que no se cortan ni con cuchillo.

Su compañero faltaba desde hacía más tiempo, mucho más tiempo, del que pudiera parecer aceptable; desde la Navidad del año anterior, aquellos hombres no le habían dado mucha importancia a la ausencia, estaría con algún hijo, pensaron.

Le habría tocado el Gordo, el Niño, estaría en el hospital, ¿pero en cuál?

La preocupación llegó, cuando se acercaron al edificio donde vivía y nadie supo decir nada, llamaron a su puerta, y nada, silencio, las Navidades dieron paso a la Semana Santa, de ahí al verano y de ahí al otoño, cumpliendo el tiempo con su camino repetido, sin prisas y sin pausas, dando paso a estaciones, abriéndose camino en la meteorología indómita, un año tras otro.

La última vez que lo vieron subía las escaleras, con las bolsas de la compra, algo de verdura, algo de carne, algo de vino, una botella de sidra El Gaitero, algo de turrón duro, algo de turrón blando, algo de alegría para la Navidad.

– Hola Práxedes, qué, ¿le ayudo? – preguntó un vecino al cruzárselo.

– No gracias, luego llega mi hija con los niños, espero que el ruido no moleste mucho.

– No hombre, no se preocupe, son fiestas y se entiende. ¿Hoy no hay partida?

– No, hoy hay descanso.

– Pues Felices Fiestas.

– Igualmente.

Práxedes subía despacio, pero subía, cuarto B.

Cuarto B, todo escaleras, un edificio de los de antes en un modesto barrio, de los de antes, dónde se criaban cinco niños y niñas, como los de antes, en 50 metros cuadrados, de los de antes, más grandes que los de ahora, y dónde el cartel de las Hermandades del Trabajo les daba la bienvenida todos los días en el portal, recordando, ese yugo y esas flechas, saliendo de una casita, un derecho a una vivienda digna.

Reminiscencias de un tiempo obscuro dónde se hacían casas, se construían hogares, un tiempo en el que la vivienda era, más que un lujo, un derecho fundamental, recogido en el artículo 36 del Fuero de los Españoles, dónde tener un techo estaba garantizado por la fuerza de los tribunales, y no cómo ahora, que los tribunales garantizan el derecho al desalojo.

Ya no se hacen casas como las de antes, en realidad, ya no se hacen casas, ni pisos, ni nada.

El camarero se acercó a la mesa, camisa blanca y pantalón negro, impecable la pajarita, los conocía de toda la vida, allí estaba aquel cuarteto todas las mañanas desde que recordaba, ya eran viejos entonces, cuando él entró a trabajar en Casa Juan, y seguían tal cual, solo que esa semana, el silencio se había apoderado de la mesa.

En la mano el camarero llevaba la caja con las fichas de dominó, junto con las copas de coñac y los cafés.

Puso las copas y dejó la pequeña caja en medio de la mesa.

– No hay lugar Paco – Dijo don Ramiro – falta uno.

– ¿No se juega a tres? – preguntó el camarero.

– No es lo mismo – Dijo don Esteban – regulando el respirador que le aportaba el oxígeno consumido de años de Celtas sin boquilla.

– A dos sería otra cosa.

Comentó don Servando con cierta sorna, de la que era habitual consumidor, sólo que aquella mañana fría, de frío otoño, no hacía gracia, ninguna gracia.

– Los señores me van a permitir, pero, ¿por qué no hacen un casting?

Los tres se miraron, no era mala idea, al menos los tendría entretenidos buscando un cuarto.

– Ponemos un cartelito, se busca compañero.

– ¿O compañera? Jajaja. Como en el programa de la tele del “Dates ese de la “Cuatro”, y ponemos al Soberash” de camarero.

– Anda, jajaja, pues no es mala cosa, y a las gemelas.

– ¿Y si se presenta una señora qué?, no andéis con fuego.

– ¿Y si se cree que es para otra cosa qué?, a lo mejor ligamos.

– Jajaja, quita, quita, pues no necesitamos “na”, “pa” izar la bandera.

– Anda y no, pastillitas azules y hala.

– Eso, eso, ¿quieres una segunda cita?, ¡a follar!

– ¡Qué fantasma!, lo que faltaba Esteban, unaparienta jugando, quita, quita, que Dios las tenga en su Gloria.

– Y que nos esperen muchos años.

– Amén – dijeron los tres como un mantra.

Tras la broma, los tres sorbieron el café, y el silencio volvió a colmar la mesa.

Apuraron las copas, la cuarta silla quedaba vacía y el silencio, a pesar de que el bar estaba a rebosar de gente desayunando, pareciese que se hubiera trasladado por la cafetería como el virus de la gripe.

 

El camarero recogió la caja de las fichas, y las copas, dejando a aquellas tres masas amorfas, como las Tres Gracias de Rubens, pero muy venidas a menos.

La mañana iba apurando las horas, y tocaba el último estertor, cinco minutos antes de las doce, el Ángelus, el momento divino de pedir las cañas y los pinchos de tortilla para echar la penúltima partida.

En la mesa, aparecieron cuatro cañas y cuatro pinchos, que sacaron de la absorción a los hombres allí reunidos.

– Esteban ¿Tú has “pedio”?

– Esto no es un móvil es una máquina “pa” respirar.

– Ira el “atontao”.

La señora María Concepción Susana Villaroy-Sigüenza, Viuda de Pérez, apartó la silla y se sentó con ellos.

Puso la caja de un golpe en la mesa.

– A ver señores con la tontería, ¿quién las mueve?

Doña Susana era una mujer muy decidida, que había resuelto continuar con la tradición familiar de cambiar el nombre del establecimiento de toda la vida, Ferretería Juan, a Ferretería Viuda de Pérez e Hijos, haciendo caso omiso al desembarco de las tiendas de los moros, primero, y las tiendas de los chinos, después. 

– Doña Susana que aquí hablamos de muchas cosas.

– Ay Don Esteban, que se cree usted que me va a enseñar de la vida a estas alturas, de fútbol, no me va a enseñar, de toros tampoco, y de señoras, le quedará claro al verme que yo sé más.

– Bueno por mi vale, pero hace “usté” pareja con Ramiro.

– Los cojones, perdón. – Dijo don Ramiro.

– “Veusté”, si es que somos muy brutos y no estamos acostumbraos.- Añadió son Servando.

– Bruto serás tú. No te jode, perdón.

– Bueno señores no tengo todo el día y yo se jugar, para ponernos a la altura de sus circunstancias, jugar a esto de puta madre, si se atreven con esos cojones que dicen tener, también sé decir soeces.

– Por mi vale – dijo don Servando.

– Por mí no hay problema, cualquiera le dice a “usté na”.

– Pero vas con Ramiro, Susana. – añadió don Esteban. 

– Pues vale, doña Susana, ¿a 50 puntos?, que son las doce y tengo para pagar una caña más, al finalme va a costar usted el dinero doña Susana.- dijo don Ramiro.

– Mire don Ramiro, no tengo el “chocho pa farolillos”, vamos mareando las fichas que se pasa la mañana.

Doña Susana volcó la fichas sobre la mesa metálica y las removió, los jugadores empezaron a coger lasuna a una, saliendo el seis doble, el seis blanca, la blanca tres, el tres seis.

– Joder, perdón, me cerráis en tres jugadas, dijo don  Esteban.

Una a una fueron saliendo las fichas, doña Susana fue cerrando y dejando libre el camino de don Ramiro, hasta que les quedaron la última ficha a poner a los dos. 

Doña Susana dejaba la ficha que tenía dando vueltecitas” en la mesa, como es costumbre cuando la partida está a punto de terminar.

– Bueno, “usté” tiene la blanca doble.

– Pues claro, hombre, ¿qué se han creído que nací ayer?- le dio la vuelta a la ficha y la colocó también. – Hala, ahí lo llevan.

– Joder con la ferretera, perdón.

– ¿Ahora no dices “na”, Ramiro?. – Dijo Don Esteban.

– Ahora digo que me parece que vamos a hacer pareja más veces, doña Susana.

– Pero sin tocar – dijo doña Susana.

– A este no se la levanta ni Franco, puede estar tranquila por ese “lao”, me perdone la industrial.

Repartieron las fichas de nuevo.

– Siento lo de su amigo, yo vivo en el portal de al lado.

– Una pena.

– Creíamos que estaría con sus nietas, en Barcelona.

– ¿Qué nietas? – Preguntó doña Susana.

– No eran nietas, era un hijo que tenía en Cádiz.

– ¿Qué Cádiz?, tu estás tonto.

– Ni Cádiz, ni Barcelona, iba y venía con los viajes del Imserso, Esta navidad iba a ir a Roma, o eso dijo.

Doña Susana, volcó de nuevo las fichas y las removió, haciendo pausa con su silencio, dejando que el repiqueteo de las fichas al tocarse entre ellas, arrojase algo de alegría a lo que les iba a revelar.

– A ver, Práxedes estaba sólo. Ni viajes ni hijos ni nada. – Sentenció doña Susana.

– ¿Cómo es eso?

Paco, el camarero, retiró las cañas y las tapas y puso otras, cañas y tapa de callos, “la dos de dos”.

Volvieron a pillar las fichas de la mesa, terminando con otra encerrona del cinco doble, dejando tresfichas en las manos de don Servando que no daba “pie con bolo”.

-Anda la hostia, perdón.

– No si al final me voy a ir con los veinte euros sin tocar – reía don Ramiro.

– Perdonado, y ahí llevas la última. Espero que tengan dinero para pagar, señores, que yo, de momento, sigo siendo una señora, y para las tapas, una señora de las de antes.

– Joder con la señora, perdón.

– Oye, oye, que nosotros no somos industriales como tú – Protestó con sorna, Don Esteban.

Doña Susana, hizo una pausa antes de volver a mover las fichas de nuevo, el sonido de la bola central de cada una de ellas sobre la mesa metálica, devolvió el ambiente, en principio seco y frío del bar, al lugar que le corresponde en el olimpo de los sonidos familiares.

– No pasa nada, rumboso. – Rió la gracia doña Susana – Bueno pues su amigo Práxedes, nunca estuvo casado, ni tenía hijos, ni nietos ni nada.

– ¿Y “usté”, qué sabe?

– Lo conozco de siempre, vivía sólo, de alquiler, nunca estuvo casado, ni tuvo hijos, ni lo visitaba nadie, y con su mierda de pensión, no creo que hiciera muchos viajes.

– Pero, cómo es eso, no entiendo, él nos contaba cosas, de los viajes y de sus nietas, y que su hija era maestra en Barcelona…

– Nada era cierto.

– ¿Y por qué lo contaba? 

– Por no sentirse desplazado, ustedes tienen sus vidas, sus cosas, no sabían nada de él, nadie sabía nada de él.

Doña Susana sacó del bolso un pequeño marco con una foto de los cuatro, hecha hace unos años.

– Me la dio doña Carmen, su vecina, la cogió cuando entró la policía en el piso, se la quería entregar ella misma a ustedes, pero es una mujer mayor, que no entra sola en los bares, y yo no encontraba el momento adecuado, hasta que los he visto ahí, que parecen ustedes tres estatuas esperando la lluvia.

– ¿Usted sabía de él?

– Mucho, se entendía con mi difunto, fueron decolegios juntos.

– ¿Y cómo es eso?

– Les contaré, Práxedes, llegó el día de Navidad, con las bolsas de la compra, abrió la puerta, cerró, y allí quedó, una de esas cosas que te dan en la cabeza y que no permiten que te vuelvas a levantar. Quedó tirado en la entrada.

– ¿No le dio tiempo ni a apretar el botón?

– No tenía botón, no estaba en el sistema.

– ¿Qué me está diciendo doña Susana?

– Cuando nos hacemos viejos, no nos gusta mucho que nos controlen, el decía que eso era un espía del Estado en casa y no lo quería, cosas de viejos, ya me entienden.

– Me cago en la puta madre del copón bendito, perdón

– ¿Y el olor? – preguntó don Ramiro.

– Pues ni siquiera eso, la casa estaba cerrada, hermética, sí, olía raro en el rellano, pero podían ser las cañerías o cualquier cosa, son pisos antiguos; luz, agua y teléfono se iban pagando poco a poco desde los ingresos de su paga.

– Podía haber estado así años.

– Pero ha estado desde el 24 de Diciembre, del año pasado, hasta hace una semana.

Los hombres se miraron fijamente, le recordaron a doña Susana, que habían ido a su casa, nadie les había dado razón de él, uno de los vecinos se lo cruzó en Navidad y cuenta que le comentó que esa noche harían ruido las nietas, pero no hubo ruidos.

La policía acudió al domicilio por la llamada de la vecina de en frente, que vio a través de la mirilla,como unos hombres intentaban abrir la puerta a la fuerza para ocupar la vivienda.

Al echar la puerta abajo, se encontraron el cuerpo en avanzado estado de descomposición en la entradacon su cuerpo sentado, taponando la puerta, lo que hizo que los delincuentes hicieran mucho más ruido del necesario para entrar; sus manos aún agarraban las bolsas con la compra sin tocar.

Las fichas volvieron a ponerse en la mesa, el cuatro doble, el cuatro seis, el seis blanca, el cuatro blanca, la blanca doble y otra encerrona para don Servando. 

– “¡Coñio!”, perdóneme la industrial. – dijo Don Servando.

– Es usted un poco “panoli” don Servando, está perdonado.

Prosiguió el relato doña Susana, que se había guardado la tres cinco, para un final apoteósico, en dónde don Esteban y don Servando, empezaban a echarse la culpa de los errores propios y de los del otro. 

– los “lilas” salieron a la carrera, cruzándose con los agentes de la local escaleras abajo. La cosa es así señores, vivió sólo y se fue sólo.- Sentenció doña Susana.

– Joder, perdón.

Doña Susana puso sobre la mesa, cubierto por un papel marrón, dentro de una bolsa de plástico, con dos nudos imposibles, un pequeño marco.

– Esta foto me la dio la vecina, y he creído bueno traérosla, era la única foto que había en su casa, curiosamente, ni familia ni nada.

Los cuatro miraron la foto, allí estaban, sonrientes, una mañana cualquiera de no hace mucho tiempo.

– Paco, Paquito, por favor, ven.

El camarero acudió a la mesa.

– Dígame don Esteban.

– Toma esta foto, y pregúntale a Juan si la puede poner ahí, dónde están las fotos de los toreros y los futbolistas.

El dueño del local cogió el marco con la foto de los cuatro, se acercó al rincón de ellos, descolgó una de Manolete y puso la de aquellos hombres, dónde Práxedes, sonreía, con su familia.

– Y ahora, ¿quién tiene el seis? – Sentenció doña Susana.

– Joder con el seis, perdón.

Nota del autor:

En estas fechas en las que todos tenemos la extraña sensación de que nos vigilan los Reyes Magos, y en las que yo dejo de ser un “cabrón asintomático” y me invisto de “buenrrollismo”, para ser merecedor de algún detalle del amigo invisible, les pido que hagan algo humano, si conocen a alguien que esté sólo, acérquense, preocúpense de si necesita algo, no hace falta más, algunas personas no cruzan una palabra con otro ser humano en semanas.

Hablar es un gran regalo, un regalo de un día más con la mente puesta en creer, que aún existe la humanidad en el ser humano.

Fernando Viera.

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